En este Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994 contra los Tutsis en Rwanda, lloramos a más de un millón de niñas, niños, mujeres y hombres que, hace ahora 29 años, perecieron durante cien días marcados por el horror.
Honramos la memoria de las víctimas, que, en su inmensa mayoría, eran tutsis, pero entre las cuales también había hutus y otras personas que se oponían al genocidio.
Rendimos homenaje a la resiliencia de quienes sobrevivieron.
Reconocemos el camino recorrido por el pueblo rwandés hacia la sanación, la restauración y la reconciliación.
Y recordamos, con vergüenza, el fracaso de la comunidad internacional.
Transcurrida una generación desde el genocidio, no debemos olvidar jamás lo ocurrido, y tenemos que asegurarnos de que las generaciones futuras siempre lo recuerden.
Con qué facilidad el discurso de odio, un indicador clave del riesgo de genocidio, deviene en delito de odio.
Cómo la complacencia ante las atrocidades se convierte en complicidad.
Y cómo no hay espacio ni tiempo (tampoco los nuestros) que sean inmunes al peligro.
Prevenir el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y otras violaciones graves del derecho internacional constituye una responsabilidad compartida.
Es uno de los deberes fundamentales de todos los miembros de las Naciones Unidas.
Mostremos nuestra unidad y nuestra firmeza frente al aumento de la intolerancia.
Permanezcamos siempre alerta y prestos a actuar.
Y rindamos un sincero homenaje a la memoria de todos los rwandeses que perecieron intentando forjar un futuro de dignidad, seguridad, justicia y derechos humanos para todos.