Nueva York, 27 de diciembre de 2022
Este mes se cumplen tres años desde que se detectó el virus que causa la enfermedad por coronavirus (COVID-19).
El COVID-19 ha tenido efectos catastróficos. Se ha cobrado la vida de millones de personas y ha enfermado a cientos de millones, ha destrozado la economía mundial, ha sobrecargado los sistemas de salud y ha supuesto la pérdida de billones de dólares. También ha desandado los progresos realizados para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Los países en desarrollo quedaron abandonados a su suerte: ha sido vergonzosa la forma en que se les han negado las vacunas, las pruebas y los tratamientos que necesitaban para proteger a su población.
El COVID-19 no será la última epidemia ni pandemia que deberá afrontar la humanidad. Como comunidad mundial, debemos aprender de las dolorosas enseñanzas que nos ha dejado e invertir con audacia en la preparación, la prevención y la respuesta frente a las pandemias.
Debemos mejorar la vigilancia para detectar y controlar los virus que pueden convertirse en epidemias, aumentar la resiliencia de los sistemas de salud sobre la base de la cobertura sanitaria universal y capacitar, preparar y remunerar como corresponde al personal de salud.
Debemos conseguir que todos los países tengan un acceso equitativo a las vacunas, los tratamientos, las pruebas diagnósticas y la tecnología que salva vidas.
Es nuestro deber combatir el flagelo de la desinformación y las pseudociencias con ciencia e información fáctica.
No se puede combatir una pandemia país por país; el mundo todo debe aunar esfuerzos. El COVID-19 fue un llamado de atención.
En este Día Internacional de la Preparación ante las Epidemias, insto a todos los países a que se nos sumen en la labor dirigida a que el mundo disponga de los medios y esté preparado para afrontar los retos para la salud que depare el futuro.