Ocho mil millones de personas; una sola humanidad.
Los ocho mil millones de habitantes del mundo podrían representar enormes oportunidades
A mediados de noviembre, la población mundial alcanzará la cifra de ocho mil millones de personas, lo que da testimonio de los avances científicos y las mejoras que se consiguieron en materia de nutrición, salud pública y saneamiento. Sin embargo, a medida que aumenta la familia humana, también se vuelve más dividida.
Miles de millones de personas tienen graves dificultades; cientos de millones pasan hambre e incluso hambruna. Hay cantidades sin precedentes de personas en tránsito, en busca de oportunidades y tratando de superar deudas y penurias, guerras y desastres climáticos.
A menos que reduzcamos el enorme abismo entre los que tienen y los que no tienen, estamos allanando el camino hacia un mundo con ocho mil millones de habitantes dominado por tensiones y desconfianza, crisis y conflicto.
Los hechos hablan por sí solos. Un puñado de multimillonarios controlan la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Una quinta parte de los ingresos mundiales van a parar a los bolsillos del 1 % más rico, y la población de los países más ricos tiene una esperanza de vida hasta 30 años más prolongada que la de los más pobres. En las últimas décadas, esas desigualdades fueron aumentando a la par de la riqueza mundial y la calidad de la salud.
Además de estas tendencias a largo plazo, la aceleración de la crisis climática y la recuperación desigual de la pandemia de COVID-19 están potenciando hasta el extremo las desigualdades. Vamos camino de una catástrofe climática, y las emisiones y temperaturas no dejan de aumentar. Las inundaciones, tormentas y sequías están destrozando países que prácticamente no contribuyen al sobrecalentamiento global.
La guerra en Ucrania agrava las crisis alimentaria, energética y financiera, y las economías en desarrollo son las más afectadas. Estas desigualdades se cobran el precio más alto entre las mujeres y las niñas, y entre los grupos marginados que ya sufren discriminación.
Muchos países del Sur Global se enfrentan a enormes deudas y una pobreza y hambre cada vez mayores, además de los efectos cada vez más amplios de la crisis climática, por lo que son mínimas sus oportunidades de invertir en una recuperación sostenible de la pandemia, la transición a la energía renovable o la educación y la capacitación para la era digital.
El enojo y el resentimiento contra los países desarrollados están en su punto máximo.
Las divisiones tóxicas y la desconfianza demoran y estancan multitud de cuestiones, desde el desarme nuclear hasta el terrorismo y la salud global. Debemos poner freno a estas tendencias dañinas, recomponer las relaciones y encontrar soluciones conjuntas a los retos que tenemos en común.
El primer paso es reconocer que estas desigualdades fuera de control son una elección, que los países desarrollados tienen la responsabilidad de rectificar desde este mismo mes, en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima que se celebrará en Egipto y la cumbre del G20 de Bali.
Espero que la COP27 logre un Pacto de Solidaridad Climática histórico en que los países desarrollados y las economías emergentes se unan en torno a una estrategia común y aúnen sus capacidades y recursos por el bien de la humanidad. Los países más ricos deben proporcionar apoyo financiero y técnico a las economías emergentes más importantes para que abandonen los combustibles fósiles. Es la única esperanza que nos queda para cumplir los objetivos climáticos.
Insto también a los líderes del COP27 a que acuerden una hoja de ruta y un marco institucional para indemnizar a los países del Sur Global por las pérdidas y los daños asociados al clima, que ya están causando un enorme sufrimiento.
La cumbre del G20 de Bali nos dará la oportunidad de ayudar a los países en desarrollo a superar la difícil situación en la que se encuentran. He instado a las economías del G20 a que adopten un conjunto de medidas de estímulo que aporte inversiones y liquidez a los Gobiernos del Sur Global y aborde las cuestiones del alivio y la reestructuración de la deuda.
Al mismo tiempo que fomentamos que se actúe para adoptar estas medidas a mediano plazo, estamos trabajando sin descanso con todos los interesados para aliviar la crisis alimentaria mundial.
La Iniciativa sobre la Exportación de Cereales por el Mar Negro forma parte esencial de estos esfuerzos y ha ayudado a estabilizar los mercados y reducir los precios de los alimentos. Hasta el más mínimo porcentaje puede aliviar el hambre y salvar vidas.
También estamos trabajando para garantizar que los fertilizantes rusos puedan circular hacia los mercados mundiales, que la guerra ya ha trastocado gravemente. Los precios de los fertilizantes son hasta tres veces más altos que antes de la pandemia. El arroz, el producto básico más consumido del mundo, será el cultivo más afectado.
Eliminar los demás obstáculos a las exportaciones de los fertilizantes rusos es una medida clave para lograr la seguridad alimentaria mundial.
Sin embargo, entre todas estas graves dificultades hay también buenas noticias.
Los ocho mil millones de habitantes del mundo podrían representar enormes oportunidades para algunos de los países más pobres, donde el crecimiento demográfico es el más alto.
Con unas inversiones relativamente pequeñas en atención de salud, educación, igualdad de género y desarrollo económico sostenible podría crearse un círculo virtuoso de desarrollo y crecimiento capaz de transformar las economías y las vidas.
En unas pocas décadas, los países que ahora son más pobres podrían pasar a impulsar un crecimiento y prosperidad sostenibles y ecológicos en regiones enteras.
Nunca he dudado del ingenio humano, y tengo una enorme fe en la solidaridad humana. En estos tiempos difíciles conviene recordar las palabras de uno de los más sabios observadores de la humanidad, Mahatma Gandhi: “El mundo tiene suficiente para colmar las necesidades de todos, pero no la codicia de todos”.
Las grandes reuniones mundiales de este mes deben brindar la oportunidad de empezar a reducir brechas y restablecer la confianza, sobre la base de la igualdad de derechos y libertades de todos y cada uno de los ocho mil millones de miembros de la familia que constituye la humanidad.