En este día rendimos homenaje a quienes han perdido la vida o han sufrido simplemente por tratar de ejercer su derecho fundamental a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión o creencias. Reitero mi firme solidaridad con estas víctimas.
A pesar de la preocupación expresada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que estableció este día de observancia en 2019, las personas y las comunidades de todo el mundo siguen enfrentándose a manifestaciones de intolerancia y violencia motivadas por la religión o las creencias.
El discurso de odio, ya sea en línea o en otros contextos, sigue alimentando la violencia contra los miembros vulnerables de la sociedad, incluidas las minorías étnicas y religiosas. Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas y examinar las condiciones que generan intolerancia y odio. Hay una serie de herramientas que pueden ayudarnos a hacer frente a estas cuestiones urgentes y complejas, como mi llamamiento a la acción en favor de los derechos humanos y la Estrategia y el Plan de Acción de las Naciones Unidas para la Lucha contra el Discurso de Odio.
Los Estados tienen la responsabilidad de prevenir y combatir la discriminación y la violencia infligidas en nombre de la religión o las creencias mediante políticas integrales que promuevan la inclusión, la diversidad, la tolerancia y el diálogo interconfesional e intercultural. Las violaciones de los derechos humanos cometidas en nombre de la religión o las creencias se deben investigar y castigar, y es necesario ofrecer reparación efectiva a las víctimas, de conformidad con el derecho internacional de los derechos humanos.
Es esencial que todos los Estados, los líderes religiosos y otros actores influyentes condenen toda incitación al odio y la violencia motivada por la religión o las creencias. Solo con un esfuerzo colectivo e inclusivo de toda la sociedad podremos coexistir todos pacíficamente y acabar con este mal que sigue asolando nuestras sociedades.