El tejido de la Palma Jipi: patrimonio cultural y símbolo de identidad en Yucatán

La tradición textil de la palma jipijapa data del siglo XVII, por lo que posee gran valor y fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de…
La tradición textil de la palma jipijapa data del siglo XVII, por lo que posee gran valor y fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de Ecuador en el 2012.
Mérida, (UNESCO) -- Un aditamento imprescindible en la vestimenta tradicional masculina en la Península de Yucatán es el sombrero tipo Panamá. Es una pieza elegante, discreta y práctica para tolerar el sol peninsular.
Algunas de sus características son un color claro, rayando en el blanco, son de copa corta, molde redondo y por lo general luce dos pedradas al frente. Pero tal vez la característica que más resalta de este sombrero es el olor proveniente de la palma de jipi (Carludovica palmata) con que es confeccionado.
Este tipo de sombrero también es conocido como de jipijapa, nombre derivado de la región de Ecuador de donde proviene. La tradición textil de este sombrero, data del siglo XVII, por lo que posee gran valor y fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de Ecuador en el 2012.
Por su parte, en México la palma de jipi fue introducida a mediados del siglo XIX, por la ruta conocida como Camino Real de Mérida a Nuestra Señora de los Remedios, El Petén, Guatemala. Actualmente, se encuentran tres especies del género Carludovica en el país, las cuales son similares morfológicamente; sin embargo, estas pueden diferenciarse por la textura y coloración de las fibras que se obtienen de cada una de ellas.
Las especies Carludovica chiapensis matuda y Carludovica tabascanamatuda crecen de forma natural en las selvas de los estados de Chiapas y Tabasco, respectivamente, mientras que la Carludovica palmata Ruiz & Pavón se encuentra en el norte de Campeche, específicamente en comunidades mayas como Tankuché, Santa Cruz Ex-Hacienda, Becal y Nunkiní, entre otras.
La palma de jipi de Campeche ha tenido un proceso de domesticación que data de la época prehispánica, al igual que la palma de guano, o de sabal.
Sin embargo, la palma de jipi que más se destaca es la de Campeche ya que ha tenido un proceso de domesticación que data de la época prehispánica, al igual que la palma de guano, o de sabal, que ha contribuido a la calidad del tejido.
Tomás González Estrada, doctor en biotecnología vegetal por la Universidad de Guelph, e investigador retirado del Centro de Investigación Científica de Yucatán, relata sobre la ubicación de los cultivos tradicionales de palma de jipi en Campeche.
“Estamos en una zona donde la sierrita Puc vierte su agua hacia la costa, que es la zona del Petén. Estamos casi en los límites de la Reserva de los Petenes, la cual corresponde a Campeche, y que colinda con la Reserva de Celestún (que abarca Mérida y Campeche). Y es en una pequeña franja entre el Petén y la zona de la sierrita Puc donde se puede llevar a cabo este cultivo.”
Durante la época virreinal, Santa Cruz Ex Hacienda se convirtió en uno de los principales poblados de cultivo y trabajo de la palma de jipi, la cual, gracias a su maleabilidad, ofreció una mayor facilidad para tejidos finos.
Jorge Chem, continúa con la tradición de la palma jipi en su solar, ya que la ha cultivado y trabajado por más de 20 años en la localidad de Santa Cruz Ex Hacienda (Calkiní, Campeche).
“Me enseñaron mi mamá y mi papá. Yo quería ir a la escuela, pero como no había dinero, me pusieron a aprender a tejer”, Magali, Artesana.
“La Palma se encuentra en la parte inferior del sistema (de cultivo). En la intermedia hay frutales como plátano, coco, guanábana y cítricos. Y en la parte más alta podemos encontrar zapotes, mamey y árbol de ramón”, menciona Tomás González.
Jorge Chem, explica que la razón para mantener el policultivo “es porque cuando es tiempo de seca, este tipo de árboles nos ayuda para que no nos reseque mucho el suelo, porque la mata de jipi requiere de mucha agua”.
Jorge vende los cogollos en Santa Cruz a artesanas y artesanos de Tankuché y Bécal entre 5 a 8 pesos mexicanos, dependiendo de la temporada, para la elaboración de los sombreros.
Generalmente, la planta es cultivada por el hombre, mientras que el tejido recae principalmente en la mujer. Magali Chem, tía de Jorge, aprendió a tejer desde los 9 años.
“Me enseñaron mi mamá y mi papá. Yo quería ir a la escuela, pero como no había dinero, me pusieron a aprender a tejer”.
El cogollo, la parte de la planta que se hila para tejer, la recolectan los campesinos quienes cultivan la palma de jipi en los solares de sus viviendas.
Magali recibe el cogollo, la parte de la planta que se hila para tejer, de campesinos como Jorge, quienes cultivan la palma de jipi en los solares de sus viviendas.
El cogollo debe cortarse cuando todavía está cerrado. Las tejedoras como Magali se encargan de abrirlo y de hilarlo con una aguja. Un cogollo de buen tamaño puede sacar hasta 10 filamentos, o hilos, por flecha. Una vez hilado, pasa por un proceso de blanqueo con azufre con el fin de obtener el tono claro característico del sombrero.
Dependiendo del número de partidas (lo fino que se hagan los hilos) es que se podrá tejer un sombrero de muy buena calidad o uno regular. Cuando no hay suficiente cogollo de jipi en Campeche, las y los artesanos de Bécal lo compran de intermediarios tabasqueños. Admiten que la calidad de la paja no es la misma, por lo que deben darle un mejor tratamiento para que se trabaje y luzca igual.
Magali explicó que el urdido de un sombrero de una partida le toma de 2 a 3 días y lo vende hasta en 150 pesos mexicanos. Es todavía un sombrero que requiere de la labor de planchadores de Bécal, quienes se encargan de darle la forma final a la pieza.
El tejido del sombrero requiere cierto nivel de humedad en el ambiente para que mantenga su elasticidad y sea más fácil de urdir, además de que el material mantiene su calidad.
Desde la época prehispánica se construyen cuevas para tejer los sombreros, donde las tejedoras se internan durante el invierno para confeccionarlos.
Para ello, una costumbre adoptada de la época prehispánica es la construcción de cuevas donde se tejen los sombreros. Es común ver en las casas de las tejedoras una cueva de 2x2 metros donde se internan durante el invierno para confeccionar los sombreros.
En Calkiní, es posible encontrar una cooperativa que promueve la salvaguardia de la tradición de tejido de la palma jipi mediante la revalorización de cuevas comunitarias.
“En esa época (esta cueva) era como el Facebook”, bromea Maribel Martínez Lo, enlace de la Coordinación de Artesanías de este municipio.
“Aquí se reunía toda la gente alrededor, a sentarse a tejer. Era una cueva comunitaria. Pero como la gente no podía dejar su casa mucho tiempo, empezaron a hacer cuevas en sus casas y esto se empezó a perder”.
Sin embargo, Maribel ha impulsado la conservación de esta tradición textil, mediante la facilitación de talleres para que tejedoras y tejedores transmitan sus conocimientos del urdido de sombreros a los infantes.
La tradición textil de la jipijapa se mantiene vibrante con la participación en el cuidado del patrimonio cultural inmaterial desde niños hasta los mayores.
De esta manera, se observa que en Calkiní se dibuja una especie de ruta que va de Santa Cruz Exhacienda hasta Bécal, donde la tradición textil de la jipijapa se mantiene vibrante; con la participación en el cuidado del patrimonio cultural inmaterial, desde niños hasta los mayores.
Los campesinos, artesanas y artesanos y comerciantes locales, han conformado la cadena de valor de sombrero de jipi, desde el cultivo de la planta hasta su venta directa al consumidor, manteniendo así esta tradición textil viva, buscando afianzar la creación de lazos económicos solidarios a través de la creación de corredores comerciales artesanales.
En este sentido, Mercedes y su grupo de tejedoras de Bécal, exploran las posibilidades para organizar un corredor para vender directamente al turista, y las familias obtengan los beneficios directos.
De esta manera, es posible que el turismo pueda impulsar a las industrias creativas y, al mismo tiempo, apoyar la salvaguardia del patrimonio cultural.