En este día, como cada año, la comunidad internacional se solidariza por la dignidad, los derechos, la justicia y la libre determinación del pueblo palestino. La conmemoración de este año es especialmente dolorosa, ya que esos objetivos fundamentales están más lejos que nunca de alcanzarse.
Nada justifica los atentados terroristas del 7 de octubre perpetrados por Hamás ni la toma de rehenes. Y nada justifica el castigo colectivo del pueblo palestino.
Sin embargo, más de un año después, Gaza está en ruinas; más de 43.000 palestinos —en su mayoría mujeres y niños— han muerto, según las informaciones disponibles; y la crisis humanitaria empeora día a día. Es una situación atroz e inexcusable.
Mientras tanto, en la Ribera Occidental ocupada, incluida Jerusalén Oriental, las operaciones militares israelíes, la expansión de los asentamientos, los desalojos, las demoliciones, la violencia de los colonos y las amenazas de anexión están ocasionando más dolor e injusticia.
Es hora ya de un alto el fuego inmediato y de una liberación incondicional de todos los rehenes; de poner fin a la ocupación ilícita del Territorio Palestino, como confirmaron la Corte Internacional de Justicia y la Asamblea General; y de avanzar irreversiblemente hacia una solución biestatal, en consonancia con el derecho internacional y las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas, con arreglo a la cual Israel y Palestina convivan en condiciones de paz y seguridad y Jerusalén sea la capital de ambos Estados.
Hago un llamamiento urgente para que se apoye plenamente la prestación de socorro humanitario vital para el pueblo palestino, en particular a través de la labor del UNRWA, que representa un salvavidas insustituible para millones de palestinos.
Las Naciones Unidas seguirán solidarizándose con el pueblo palestino y su derecho inalienable a vivir en paz, seguridad y dignidad.